jueves, 3 de abril de 2014

Lo que la ¿crisis? se llevó.


Como reza el antiguo dicho, no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos.

Hace unos años una ex Consejera de Cultura de la Junta de Andalucía y entonces Ministra de Cultura, Carmen Calvo, dijo que el dinero público no es de nadie. Y lo grave es que la población española en general, lo ha creído firmemente. Durante  mucho tiempo se pensó que lo público no cuesta dinero, es gratis o no es de nadie. En un ejercicio de irresponsabilidad manifiesta los políticos han hecho creer a la opinión pública que este sistema podía mantenerse indefinidamente tal y como lo conocíamos.  Nada más lejos de la realidad.

Lo público no nos lo regalan, tampoco crece de la nada ni se reproduce por generación espontánea. Lo mantenemos todos los que contribuimos con nuestros impuestos a que sea posible.

Durante años hemos asistido a un “boom” económico donde el dinero corría como ríos de alta montaña en época de deshielo pero, de pronto, nos hemos quedado sin “nieve” y sin ríos.

Aunque desde diversos sectores se insiste en la idea de que todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, la realidad nos muestra que algunos sectores de la sociedad han aprovechado este tiempo y pensamiento para “engordar” su patrimonio llevando a los Estados a una situación crítica cuya solución ha pasado por “socializar” las pérdidas. De este modo, mientras unos han tenido beneficios, los demás han pagado los platos rotos.


Sin embargo, todos los que conocemos el sistema sabíamos que esto no podía durar. Mientras a los trabajadores de los sistemas sanitarios se les exigía eficiencia y control del gasto, a la población se le invitaba a gastar el dinero PÚBLICO Y PRIVADO a manos llenas haciéndole creer que sus derechos incluían tenerlo todo. Durante mucho tiempo este discurso ambivalente ha servido para que los políticos pudieran estar apoltronados en su sillón, pero la realidad nos ha golpeado a todos con toda su crudeza y ahora que se ha cerrado el grifo, se intenta disfrazar lo que realmente es una merma de servicios.

Esta preocupación por el vil metal ha permitido que muchas CCAA hayan ideado sistemas de provisión alternativos a la sanidad pública para hacerse más eficientes, antes incluso de la crisis (aunque tengo dudas de que esta eficiencia no haya retornado en forma de incentivos a los distintos gestores).

Si hace unos años el problema era saber en qué se iba a gastar el dinero que nos sobraba, en la actualidad reside en averiguar en qué podemos ahorrar. En este contexto, se aprovecha la falta de recursos económicos para continuar con el debate sobre la privatización de los servicios sanitarios.

Si bien es cierto que no podemos continuar con el derroche de recursos, no sólo hay que plantear la privatización como solución. Posiblemente, ésta pase por encontrar un adecuado equilibrio entre la privatización o externalización de algunos servicios, como ya se ha hecho, y de alguno más, a la vez que el núcleo fundamental de los mismos, es decir, aquellos relacionados directamente con la asistencia sanitaria debería permanecer en el ámbito público para garantizar la equidad en el acceso, sobre todo de la población con menos recursos económicos.



Merfor.

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