Acabábamos
de empezar el módulo de Gestión Sanitaria en el Máster cuando nos propusieron
realizar un ejercicio práctico en grupo. Su elaboración no debía prolongarse
más allá de 10 minutos, pero ésta resultó ardua y compleja. Consistía en hacer
una torre, apoyada sobre la mesa, con unos cuantos espaguetis, un metro de
papel celo, otro de cuerda y una nube de algodón que debía coronarla.
A primera
vista fácil, pero tras ponernos manos a la obra empezaron a surgir problemas:
“¿Qué altura le damos, cómo se hace la base, cómo unimos las partes?…”. De
pronto… ¡habíamos dejado de ser salubristas para convertirnos en arquitectos! …Pero
para mí, eso es lo que hace la gestión: construir. Construir a partir de unos
recursos o herramientas, como dice Antonio Durán, un sistema que permite dar
asistencia sanitaria a la población basándose en los valores que se han
definido previamente y que han sido aceptados por la sociedad a la que se
dirige.
Pero sigamos avanzando. Tras un breve periodo
de discusión cada uno intentaba, con su mejor intención, hacer lo que podía
casi sin pensar en la viabilidad del proyecto, lo importante era la altura: uno
unía los espaguetis, otro medía la altura, otro pensaba la base…, pero la hoja
de ruta no estaba clara. Algo muy parecido a lo que pasa con la gestión. Una
vez que los Estados deciden que hay que poner en marcha sistemas de salud para
atender a la población (sobre todo a partir de la 2º Guerra Mundial) cada uno
implanta la solución que en ese momento le parece más acertada decantándose por
sistema público o privado según la tradición de cada país (privado en EEUU,
Seguridad Social en Centroeuropa, Sistema Nacional de Salud en el Norte de
Europa y totalmente público en Rusia, aunque este modelo está casi extinguido
como refiere Antonio Durán).
La situación actual de crisis económica hace necesario un cambio pero la falta
de información, intencionada o no, y de acuerdos previos a la implantación de los
mismos reduce las posibilidades de éxito, pues cada colectivo implicado suele
tener intereses diferentes, cuando no contrapuestos.
¿Cómo
solucionamos el problema? En nuestra experiencia, cada grupo optó por un
método. Uno de ellos utilizó las herramientas de las que disponía para hacer
una pequeña torre que tras muchos esfuerzos, consiguió mantenerse de pie. En
otro caso, se utilizaron como elementos de apoyo unos soportes de madera
consiguiendo una torre algo más elevada pero menos estable. El último grupo, o
primero pues construyó la torre más alta, utilizó un altavoz colgado en el
techo desde el que descolgaron la “torre” hasta que se posó sobre la mesa.
Aunque se censuró haber recurrido a la “externalización” de una parte de la
construcción, lo cierto es que solucionaron el problema planteado. En los
últimos tiempos, estamos asistiendo a una lucha entre los defensores y los
detractores de la sanidad privada. El hecho real es que nos enfrentamos a un
problema de difícil solución. Las fórmulas ensayadas hasta el momento
combinando provisión privada y financiación y aseguramiento público no parecen
resolver el problema fundamental de sostenibilidad que presenta, pero la
privatización material (como explica F. Sánchez et al) no parece tampoco el
camino adecuado para sostener la torre de Babel en que se ha convertido nuestra
sanidad.
Muy interesante comentario, en especial por los paralelismos encontrados con el ejercicio de la gestión. Un saludo
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